Bicicletas y paraguas.

Hay dos cosas a las que uso se acostumbra rápido en Holanda. Tres mejor dicho. Tan rápido que se convierten en actos mecánicos. Cuatro diría yo. Pero todas giran en torno al más indispensable objeto en este país. La bicicleta.

Te acostumbras primero a coger las llaves de los candados cuando sales de casa, convirtiéndose el coger las llaves del coche en una arcaica costumbre. Luego te acostumbras a llevar siempre encima las luces, para que no te multen, básicamente. Luego uno se acostumbra a poner y quitar candados borracho, y por último a llevar algo que te proteja de la lluvia. Este último paso puede ser el más complicado, por no tener un castigo inmediato.

Dejarte las llaves en casa implica subir las típicas escaleras holandesas de 60º de inclinación. No llevar las luces son 30 euros. No asegurar tu bici a una farola, implica que vuelvas a casa andando. Pero que te llueva y no llevar encima algo para taparte, bueno ... Resulta agradable la primera vez, y la segunda, y la tercera. Cuando pasas el primer resfriado, siempre lo achacarás al frío, pero cuando el móvil nuevo llegue a casa rezumando agua de lluvia, te lo empiezas a plantear muy seriamente. Y es entonces donde surge la duda. ¿Paraguas? ¿Chubasquero?

Hay quien va con paraguas, pero es gente que está a otro nivel. Por muy ciclista que se sea, y por mucho que en tu soleado país hagas kilómetros a la semana en bicicleta, siempre serás un aficionado. El paraguas es para profesionales. Para elegidos. Para holandeses.

Yo he optado por el chubasquero. Y a partir de ahora, siempre con protección. Di sí al ciclismo seguro. Di sí a llegar a la oficina seco.