sábado, 14 de diciembre de 2013

Tres años, un mes y veintidós días.

Un año se convirtió en tres. El interés se convirtió en costumbre, y esta en tedio. Tedio que mata, tedio que oscurece, tedio que no deja pasar más luz por entre las cortinas que la que tu estés dispuesto a dejar pasar, y la realidad es que mientras más caes en esa espiral de aburrimiento y desidia, menos estás dispuesto a ceder.

Países Bajos es un país que engaña. Engaña igual que una mala mujer, que una novia aburrida de ti, que una madre que no quiere que sufras. Engaña y lo hace muy bien. Lleva varios siglos ganándose la vida de esa manera. Es pues, podríamos decir, un profesional.

Las primeras impresiones que tienes de Países Bajos son buenas. Y son tan buenas a veces, en mi caso, que tardan mucho en degradarse. A mi particularmente me ha durado tres años. Tres muy buenos años. Años en los que he disfrutado, en los que me he divertido, en los que he viajado, en los que he hecho amigos. Amigos que después del punto y seguido puedo poner en mayúscula.

Pero Países Bajos agota. Va rascando partes de ti sin que lo notes. Poco a poco te vas haciendo mas frío, mas hogareño, mas egoísta, y un día te das cuenta de que no te gustas. Te das cuenta de que te has hecho mas gris. Y no es culpa de los holandeses, por fácil que sea echarles el muerto. Ni del país. Ni siquiera, por atrevido que suene, de la comida. O la falta de. Es culpa tuya. Eres tú el que no se ha adaptado, y eres tú el que no ha podido integrar todas las partes, como si de un puzle tétrico se tratase, con las que ya traías. Un día simplemente te das cuenta de que es imposible. Ese día es el día en que decides que se acabó . Que no merece la pena. Que no es tu sitio. Que no quieres eso, y que no tienes tiempo para seguir intentándolo. Y te vas.

Ese mismo día te recorre el espinazo un escalofrío en forma de pregunta. ¿Donde sí?

jueves, 7 de abril de 2011

Cuando Holanda se quita el sombrero.

Cuando Holanda se quita el sombrero y deja ver más allá, se convierte en otro país. De la nada salen colores, caracoles, flores y holandeses, hasta ahora, todos ocultos. Y es que este país parecía tener un sombrero de nubes encajado a rosca, como si de una txapela se tratara. No son las típicas nubes de anuncio televisivo. No son nubes de esas de tumbarse en un parque a imaginar formas. No son nubes de las que dejan ver el cielo. Es una capa impenetrable que provoca una sensación extraña, como si pudieras tocar el cielo, como si el país tuviera techo.

Esta primavera parece haber entrado con fuerza, y ya se pueden notar sus efectos. El país ha cambiado. La gente ha cambiado. Los paisajes son diferentes, todo está más vivo. Aquí las estaciones existen, y el cambio de una a otra se nota.

lunes, 28 de febrero de 2011

La otra cara de Amsterdam.

La primera vez que estuve en Amsterdam fue en 2005 cuando viajé con un amigo por Bélgica y Holanda en un viaje en bicicleta de ciudad en ciudad. Veníamos de La Haya y entramos en la capital, o la otra mitad de la capital, atravesando un parque inmenso y muy bonito. Esta no es la manera habitual de llegar a Amsterdam. La manera habitual es llegar en tren hasta la estación central, y aquí empiezan los problemas.

Nada más bajar del tren respiras ese aire húmedo y viciado de vicio que inunda la ciudad. Sales a la calle y te ves inmerso en un caos nada común en Holanda. Te encuentras con taxis a la derecha, muchos raíles por los que pasan muchos tranvías en frente, y te ves rodeado por italianos y españoles en busca de "La experiencia Amsterdam".

Estuve por última vez hace tres días. Fui a hacer unos trámites en el consulado español y aproveché para intentar descubrir esa parte que sabía que existía, fuera de todo circuito de drogas y prostitución, esa parte de la ciudad donde vive la gente que vive en Amsterdam, y lo encontré. Y, oiga, nada que ver. Es muy curioso como en Holanda una misma calle forma parte de dos barrios distintos, y cómo adentrándote doscientos metros, pasas de un barrio normal a uno residencial. Amsterdam no podía ser menos.

El barrio de Jordaan, al oeste de la ciudad, es, simplemente, otra ciudad. Calles pequeñas, canales tranquilos, bares y cafés auténticos, tiendas de comida para llevar, de ropa, de artesanía ... Una ciudad dentro de la gran ciudad. Lo más curioso de todo es que este precioso barrio está a  cinco minutos andando de la famosísima casa de Anna Frank, donde vivieron ella y su familia el más que trillado periplo que todos conocemos.

Pero el turista es eso, un turista, y sólo ve lo que luego tiene que ver, y la casa de Anna Frank, que en realidad era de su padre, no de ella, da más morbo que el barrio de Jordaan más profundo. O sea, dos canales más allá.

miércoles, 19 de enero de 2011

Mis dos piernas redondas.

Son tres meses y medio ya en La Haya. Muy poco tiempo si lo comparo con mis veintisiete años, mucho tiempo si lo comparo con una conversación telefónica. El tiempo no se puede medir en si mismo, sino comparándolo. Y estos tres meses y medio, los compare con lo que los compare, se me han hecho cortos. Me quedan pequeños. Y a pesar de ello, veo detalles, comportamientos y actitudes en mi, que antes no tenía. ¿Cómo es posible que tan poco tiempo influya tanto en una persona? Para mi es algo de lo que hay he hablado. Habituamiento. Costumbre. Pero sobretodo, estar dispuesto a ese cambio.

Ayer mismo volvía a mi casa en bicicleta cuando un coche no me cedió el paso y una señora mayor invadió mi carril bici sin mirar. Y digo bien, mi carril bici. Me enfadé bastante, y pensé "Qué curioso". En España jamás me habría enfadado, porque ninguna de las dos situaciones me habría pasado jamás. En cambio aquí, en tres meses y medio, me resulta ya inimaginable que alguien no respete el carril bici. Es mio, y mi bicicleta mis piernas. No se andar, lo hago torpemente y a veces hasta tropiezo. En España me pasaba eso con el coche. Aquí ni me acuerdo de él. Las llaves que nunca olvido son las de la bicicleta. Las luces que enciendo antes de ponerme en marcha son las de la bicicleta. El nivel de aceite que reviso es el de la bicicleta.

Al principio es gracioso. La usas para todo, y eres consciente de ello. La compra, ir al trabajo, ir a tomar algo al centro, volver del centro en zig zag... pero con el tiempo simplemente no concibes la vida sin ella. Son tus piernas. Tus piernas redondas. Cuando se me pinchó una rueda, fue como cuando me hice un esguince y no podía andar. Me sentí impotente, frustrado e inmovilizado. Treinta y siete euros y tres horas de taller fueron mi anti inflamatorio.

Se que hablo mucho de la bicicleta, pero realmente es el centro de la vida de un recién llegado a Holanda. Es lo primero que compras, es lo que más utilizas, es lo que te ahorra tiempo y dinero y es lo que te hace sentirte más integrado. Ser uno más.

Podría hablar de los paquetes de tabaco con diecinueve cigarros, de los paquetes de pañuelos de papel con nueve pañuelos, de los bidones de zumo de dos litros o de las cervezas de marca blanca, pero eso ya vendrá.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Agarre perdido.

En las últimas semanas ha nevado mucho. Los locales dicen que estas nevadas no son habituales, y excusan el caos que se produce con esa falta de costumbre. No llevo aquí tanto tiempo como para saber si el caos es fruto del desconcierto o de la precaución. Pero un país sin trenes, sin transporte público urbano, y sin sal, no es nada.

Y digo sin sal porque me da en la nariz que se les acabó hace semanas ya. La primera nevada pilló por sorpresa, pero respondieron bien. Con la segunda y sucesivas se notó un aire de abatimiento comparable al que todos sufrimos cuando limpiamos el polvo de nuestras casas. Lo limpias, y sabes que va a volver, y que por más que lo quites, estará allí mañana. Aquí creo que decidieron, igual que hacen los médicos, dejar que siguiera su curso, sin analgésicos, sin tomar medidas.

Estos últimos días ha sido muy complicado ir en bicicleta a la oficina. Había comentos en que recordaba escenas del París - Dakar. Esas en las que la rueda trasera de Marc Coma giraba sobre la arena sin hacerle avanzar. Sentía como el agarre se me escapaba entre los dedos, entre las líneas del dibujo de mis ruedas. Cuando entiendes el mecanismo es más fácil. Pedalear despacio, buscar placas de asfalto, o intentar ir por la poca nieve que quede, porque todo lo demás es hielo, inútil. Y de esa guisa uno se encuentra calles principales, callejones y calles poco transitadas. Da igual, no se hacen distinciones entre barrios obreros o barrios diplomáticos. Aquí todos son iguales. Todos están jodidos.


Lo que se ve en la foto es lo que antes era un carril bici. Lo que se ve, lo que parece ser el carril bici con su color rojizo, es en realidad una ilusión óptica, y está completamente cubierto por una capa de hielo. En el carril para coches también puede verse una capa de nieve negra, sucia de tanto ser pisada y arrollada.

Poco a poco las temperaturas empiezan a subir, y en breve la ciudad volverá a ser un sitio seguro en el que sabes que puedes ir a trabajar sin jugarte un hueso, pero hasta entonces habrá que tener muy presentes todas las horas que de niños pasamos viendo a Carlos Sainz y a Alex Crivillé, y recordar sus enseñanzas, aprender de sus fiascos, y sobretodo, no caernos.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Cocinar sin descongelar.

Veinticuatro de Noviembre de 2010. Primera nevada en La Haya. Nada importante, no hace frío para que la nieve cuaje, y en cuanto toca el suelo, se deshace el copo y se convierte en agua sucia. Pero durante unos instantes ese copo de nieve, único en el tiempo, es copo. Es un copo que, quizá sin quererlo, quizá sí, se dirige directa e ineludiblemente a uno de mis dos ojos. Y es que si ya en Polonia me atacaron los copos de nieve paseando cerca del castillo de Wawel, empujados por el viento, esta vez en cambio era yo quien, como un kamikaze en la guerra del pacífico, me lanzaba contra ellos al grito de ¡Ay!

Me resulta muy curioso ver a diario cómo mucha gente que va en bicicleta sin guantes ni gorro ni bufanda, pero sobretodo sin miedo y con mucha determinación. La determinación que te da un acto mecanizado. Me resulta muy curioso verles en bicicleta con un paraguas, hablando por el móvil o comiendo. Es un control que sólo se gana con el tiempo y la experiencia.

Yo he aprendido ya a no mirar atrás cuando tengo que cambiar de carril o de dirección, sino a sacar el brazo del lado hacia donde voy a girar. Y es mucho mejor así, porque si miras para atrás todo se alinea y de repente tienes una señora en bicicleta delante. Y yo no tengo seguro de bicicleta. Aún.

El miércoles veinticuatro de Noviembre, el día de la primera nevada, salía de un coffe shop que hay en el centro de La Haya. El cremers. Puede que se convierta en mi local favorito. Es un sitio muy peculiar. En realidad no es un coffe shop, sino un bar. Es el único bar que sirve alcohol, por diez euros te sirven una jarra de litro y medio de cerveza, y permite que se fume marihuana. En el sótano tiene una sala de conciertos donde se puede fumar tabaco, pero no marihuana. La planta de arriba, el bar en si, sí permite que se fume marihuana, pero no tabaco, y en la antesala del local de conciertos, donde está el bar del sotano, no se puede fumar ni tabaco ni marihuana. Muy holandés.

Si eres de los que les gusta fumarse un cigarro con su cerveza, en el cremers tienes dos opciones. Meterte en la pecera de un metro cuadrado que hay justo a la entrada, o ir sólo cuando hay concierto. Esta ultima opción no la recomiendo, porque realmente es un bar muy acogedor. Buena música y mucha gente drogada. Así que si te fusta fumar cannabis, ese es tu sitio en el centro de La Haya. Si no fumas, pero no te molesta el humo, ese es tu sitio en La Haya. Y si por último no te gustan esos ambientes, siempre puedes ir a cualquier bar de Grotte Markt. El SuperMarkt, por ejemplo, también suele tener música en directo.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Y de repente ...

Pasa algo curioso aquí en Holanda, y es que todo parece suceder de repente. Estamos en otoño, y eso se nota. En España no se nota tanto, o al menos yo no lo notaba. Puede que sea porque a penas hay zonas verdes y árboles en la ciudad, y aquí hay más que bicicletas. Puede que sea porque aquí me fijo más en las cosas, por la novedad. Sea como fuere, aquí el otoño se nota. Se nota porque un viernes te vas a la cama, ebrio y cansado, y no recuperas la consciencia hasta el lunes, y el lunes, de repente, la calle está llena de hojas muertas.

Y pasa de repente que cosas que antes eran simplemente inconcebibles, ahora son totalmente normales. ¿Cuándo y por qué iba yo a salir de fiesta un viernes lluvioso? En la vida, si no era en coche. Aquí miras por la ventana y te dices: "Bueno, no llueve tanto tanto." Y de repente te ves pedaleando bajo la lluvia, y te preguntas: "¿?" Exacto, no te preguntas nada. Porque, de repente, es algo normal.

De repente te ves inmerso en una normalidad absoluta. De repente todo lo que antes era normal, ya no lo es, y todo lo impensable, de repente, es normal. Natural. Eso me recuerda una frase que leí una vez de algún escritor. "Todos nuestros comportamientos son aprendidos. Si aprendimos esos, podemos aprender otros."

Sé que llevo sólo un mes en Holanda, pero, por ahora, el estilo de vida sosegado me está enganchando. Todo en este país apunta a tener cero estrés. Desde los horarios de trabajo, la flexibilidad de horarios, los horarios de comidas, hasta el hecho de que todas las tiendas abran los domingos.