lunes, 28 de febrero de 2011

La otra cara de Amsterdam.

La primera vez que estuve en Amsterdam fue en 2005 cuando viajé con un amigo por Bélgica y Holanda en un viaje en bicicleta de ciudad en ciudad. Veníamos de La Haya y entramos en la capital, o la otra mitad de la capital, atravesando un parque inmenso y muy bonito. Esta no es la manera habitual de llegar a Amsterdam. La manera habitual es llegar en tren hasta la estación central, y aquí empiezan los problemas.

Nada más bajar del tren respiras ese aire húmedo y viciado de vicio que inunda la ciudad. Sales a la calle y te ves inmerso en un caos nada común en Holanda. Te encuentras con taxis a la derecha, muchos raíles por los que pasan muchos tranvías en frente, y te ves rodeado por italianos y españoles en busca de "La experiencia Amsterdam".

Estuve por última vez hace tres días. Fui a hacer unos trámites en el consulado español y aproveché para intentar descubrir esa parte que sabía que existía, fuera de todo circuito de drogas y prostitución, esa parte de la ciudad donde vive la gente que vive en Amsterdam, y lo encontré. Y, oiga, nada que ver. Es muy curioso como en Holanda una misma calle forma parte de dos barrios distintos, y cómo adentrándote doscientos metros, pasas de un barrio normal a uno residencial. Amsterdam no podía ser menos.

El barrio de Jordaan, al oeste de la ciudad, es, simplemente, otra ciudad. Calles pequeñas, canales tranquilos, bares y cafés auténticos, tiendas de comida para llevar, de ropa, de artesanía ... Una ciudad dentro de la gran ciudad. Lo más curioso de todo es que este precioso barrio está a  cinco minutos andando de la famosísima casa de Anna Frank, donde vivieron ella y su familia el más que trillado periplo que todos conocemos.

Pero el turista es eso, un turista, y sólo ve lo que luego tiene que ver, y la casa de Anna Frank, que en realidad era de su padre, no de ella, da más morbo que el barrio de Jordaan más profundo. O sea, dos canales más allá.

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